viernes, 28 de noviembre de 2008

De cuando yo jugaba en Peñarol

[Rindo honor, con esto, a todos los peloteros del Cabo Rojeño y de Guayaquil, a los salseros que conocen de salsa porque la escuchan y la bailan y, como buenos viciosos, saben de esos asuntos porque los vivieron y no los leyeron en los libros ni les pidieron a otros que se los contaran]


Me refiero al Peñarol que quisimos calcar. Eramos hinchas del gran cuadro uruguayo y de Alberto Spencer. Allá, en la Liga Salem de los setentas, al sur de Guayaquil, en donde también jugaban Huracán, Velez Sarfield, Racing, Chacarita, River Plate y Boca Junior, más los otros cuadros de los barrios de Guayaquil.

Cuando jugaba en Peñarol no jugaba en Peñarol sino en el tiempo. Era titular y dominaba el cuero, pero no era de los mejores. Delante mío estaba todo el equipo: Chocoto (que era bueno para hacer "banquito"), Magali (que despuntaba por la izquierda y luego ya estaba al fondo del arco), el Oso, Manuelón, el cholo Cepeda y todos los demás. Esto, que podría ser síntoma de odio y trauma, simplemente me lo expliqué por la bronca que me tenía el entrenador, La Pava (o Pavonni, para darle caché, pues yo sí le daba a la pelota y en bomba) de cuyo favor no gozaba. Cuando dejé de jugar en Peñarol, planifiqué las cosas para inmortalizarme como capitán del nuevo equipo del barrio: la gloriosa "Ciudadela 9 de Octubre" (la verdadera), nuevamente junto a Manuelón, Sir Dángala, El Salvaje Rey, Vladimir, Ceviche de Concha, Berruga, El Oso, Pastora, Don Quije, El Cholo Cepeda, La Huasa, Carechancho, Cuerito, Padre Bazurco, y todos los demás "patriotas del sur".

El Peñarol fue un equipo de casualidad, como lo fueron otros que armamos para los campeonatos de las fiestas patrias, pero es el que me dio la foto con la que aquí lampareo.



Triste y cruel, el destino ha hecho que la foto guarde también la imagen de otro "patriota" del barrio: Antonio Nevares, que acaba de morir de exceso de alcohol, exceso de viagras y exceso de farra: "llegó borracho a su casa al tercer día de chupa. Apestaba y la mujer le dijo que se fuera a dormir al otro cuarto. Cuando amaneció ya estaba muerto. Se le había parado el corazón. Tenía el pecho aruñado de la desesperación. Aruñado, feo, como que no quería morir" me cuenta triste el cholo Cepeda. La verdad es que El Chulo tenía ya algunos años dándole al trago, siempre andaba borracho por allí, haciendo escándalo, invitando a pelear a cualquiera (peleaba bien, me dicen).

Pocos años después de esa foto con el Peñarol, por el 82, por petición expresa del Chulo Nevares, escribí una carta para su novia, con quien se había peleado. La escribí pensando en mi amor imposible (otro de tantos) y poco tiempo después me fui a Paris. Luego de dos años, a mi regreso, nuevamente con la gente de mi barrio, me instalé en el parque, a saborear la vida. La gente le encamó al Chulo que dijera el poema, y el Chulo, declamando de memoria, arrojó un mensaje de amor a una mujer desconocida. Era la misma carta que yo había escrito años atrás. Celebramos la ocasión y el Chulo detalló la reconquista de su novia, diciéndole ella que no creía que él hubiera escrito la carta. Esos amores ya son historia pero quedan el Chulo y las polvorosas canchas de fútbol en el recuerdo, el equipito ocasional de lo fuimos en la Liga Salem.

Yo no era malo para el fútbol pero lo mío era el volleyball y con la roja del Eloy Alfaro le hicimos comer el polvo varias veces a los aniñados del San José La salle, en donde jugaba Fabricio Correa, el hermano del presidente (Pierina era del Liceo Panamericano y era una excelente jugadora). Como se ve en la foto en las canchas del Cristóbal Colón, en donde le ganamos la final de Superiores a los lasallanos.



A la salida del colegio, ya en la Católica, varias veces alineamos en el siempre vapuleado equipo de Filosofía, junto a Fernando Balseca y el Conde Martillo. Jugaba entre nosotros César Farah, en la delantera. Yo, que era el "Ardiles" del equipo (Ramón, el arquero, era "Fillol") sólo tenía que ponerla al vacío, o en sombrero, tres metros adelante de Farah y el flaco alcanzaría el balón sin problema para anidarlo en las redes. Cosa frecuente en los entrenamientos, en los cuales nos mezclábamos con otros equipos para no ser también goleados como ocurría religiosamente cada sábado de campeonato.

Cuando jugaba en Peñarol no jugaba en Peñarol sino, como todos, en un tiempo y un espacio que ahora se llama "recuerdo", si acaso sobrevivimos en una foto, en una carta o en la memoria colectiva del barrio, como Antonio Nevares.