jueves, 26 de febrero de 2009

De "Rumor de inventario" (fotos de Fabiola Ayala-Poggi)


DIAS DE FAMILIA (2006)

Es noche y mi hija duerme junto a mi esposa
en la blanda y amplia cama
cubiertas por el edredón de cuadros.

La noche es silenciosa y fría
la oscuridad del cuarto quebrada por la tenue luz de una lámpara
la quieta nieve descansa sobre las calles
bajo el resplandor de la luna
frente a mí pasa el irremediable pretérito:
el río de mi infancia y el viento del verano
mi barrio y los que me precedieron
la voz de mi madre llamándome.
Mi madre era una mujer blanca y diminuta
y dentro de ella también vivía un río
mientras de sus labios fluía la tarde
ahora ella duerme en el alma de Fabia Matilde
mi hija, la gota de Dios.

Cuando ella nació su corazón latía débil
su corazón de pan y yerbabuena
y rezamos y suplicamos a Dios por ella
y en ese momento temí a Dios
y pedimos que el regalo no nos fuera arrebatado
y nuestra súplica fue escuchada
ahora todo es como un interminable juego
y ella crece con su sonrisa, agitando sus bracitos extendidos
como si fuera un pequeño helicóptero de fantasía.
Fabia y yo bailamos música de Sinatra antes de dormir
y también tangos y algunos pasillos que cantaba mi viejo
en el teatro Bogotá, al pié del Cerro Santa Ana.

Pasa la noche con el pretérito y con mi padre
con su traje blanco, el bigote corto, bien delineado
y el pelo negro con brillantina.
Mi padre era uno de esos cholos guapos
que sabía llevar una conversación amena
y tomarse una botella de aguardiente para aplacar el trueno
lo veo en un recorte de periódico de los años cincuenta
anunciando hora y fecha de su presentación
trabajaba en una imprenta
jugaba a las cartas y cantaba cada mañana
con la radio a todo volumen
y cometía los errores más monstruosamente humanos.
Ya retirado, al caer la tarde en la Ciudadela 9 de Octubre
salía al parque del barrio
a recordar su juventud con otros viejos
y nosotros decíamos que eran La Sonora Matancera
y Don Rocafuerte era Caíto y Don Carabalí Don Rogelio
y mi viejo era Daniel Santos.

Ahora, el barrio es como un tapiz que tejen los indios
en las calladas montañas de los Andes
un tapiz en el cual se graban escenas diarias.
Allí aparece también nuestro primer paseo en bicicleta
La lista de las mejores canciones de año
El beso inaugural, la primera pelea y las traiciones
Los partidos de índor
La quema de los añoviejos y el llanto de sus viudas
La dictadura militar y el colegio Eloy Alfaro
Las frutas del trópico y el interminable sol de Guayaquil.

El sur era nuestro y aferrados vivíamos a ese tiempo.
Sonaban canciones de Cat Stevens, Serrat y los Inti Illimani
como si sonaran pertardos junto con violines
¿Dónde estará Grace Bustamante
vestida de uniforme escolar
cantando canciones de Claudia e Hilda Murillo?
¿Qué historias seguirá inventando Carlos Medina?
¿Cuántos nuevos crímenes habrán cometido mis amigos?

La noche sigue callada mientras duermen mis mujeres
la lámpara en la sala
sigue encendida y muda en su rincón
Fabiola sueña y se ve sembrando veraneras en el jardín de su casa
mientras Fabia Matilde corre entre las flores
y se dibujan ríos y esteros abriéndose al océano.

Frente a mí transcurre mi pecado
de cuando era joven y confundido
en el tiempo y la geografía del mundo
en un mediodía del cual me quedan sólo anónimas calles de Paris
un paseo en bicicleta en Amsterdam
una tienda de armaduras en Londres
los largos días de Oregon y los bares de la Lima colonial
las rieles del tren antes de llegar al Desierto de Palmira
la interminable lluvia de Guayaquil una noche de febrero
mis alumnos y mis compañeros
la última conversación que tuve con Eduardo López
un domingo por la noche.

Eduardo murió sin tener un hijo, que era lo que más deseaba
era raro que un poeta quisiera tener un hijo
porque los poetas no quieren tener hijos
ni tener tiempo para los hijos que ya tienen
los poetas quieren solamente escribir un gran poema
en vez de preparar una teta o cambiar pañales
“Para eso están las madres o las empleadas”, nos dicen
mientras se sientan a reflexionar sobre los misterios de la poesía
(como si la poesía tuviera misterios)
y en esas confusiones, los poetas terminan creyéndose superiores
porque nadie los entiende
y se ven como Saturno devorando a sus hijos
casi con orgullo porque ahora ya son dioses y poetas
los poetas quieren encontrarse a sí mismos
ser por fin lo que siempre han buscado
pero sin ajustarse cuentas sin verse frente al espejo
hablando de Dios en sus poemas sin creer en Dios
Eduardo López, en cambio, dijo en un verso
“fui vencido por niños sonrientes”
que es un verso que los poetas nunca podrán escribir.
Eduardo en verdad se llevó consigo la sonrisa de esos niños.
En parte, por eso cuestiono la poesía.

Junto a mi esposa, ahora me dedico a Fabia Maltide
la más hermosa flor guayaquileña
“Fragancia de los trigales”
y a todas partes quiero ir con mis mujeres de grandes ojos
ahora yo también podré descansar junto a ellas
sobre la blanda y amplia cama.





(pd: Si les interesa ver más fotos de mi aguerrida esposa, aquí está el enlace: http://www.flickr.com/photos/24796364@N08/)