domingo, 23 de agosto de 2009

El libro del barrio

Muchos escritores logran fraguar en su obra una identidad comunitaria que llega a trascender los límites nacionales y, de alguna manera, le permite al lector de otras geografías identicarse con dicho autor, en una especie de reconciliación autor/a-lector/a, como hace tantos años lo estableció Roman Jackobson, al hablarnos del esquema comunicativo y las funciones del lenguaje. Esta complicidad entre quien escribe y quien lee contribuye a forjar la “comunidad imaginaria” de la cual nos habla Anderson-Imbert y que se caracteriza por tener un proyecto histórico común, a veces una misma lengua pero, sobre todo, un mismo sueño y búsqueda de sentido e identidad históricos. Cuando dicha relación va tomando cuerpo, la literaratura nos da escritores que representan un país, un período o una escuela, como son los casos de Cervantes y España, Lope de Vega y Madrid, Borges y Buenos Aires, Onetti y Santa María, García Márquez y Macondo, Faulker y Yoknapatawpha, James Joyce y Dublín, Lezama Lima y la Habana, Juan Rulfo y Comala. Entre los ecuatorianos tendríamos a Medardo A. Silva, Gallegos Lara, Fernando Nieto Cadena y Guayaquil, José de la Cuadra y el litoral ecuatoriano, Jorge Ycaza y Quito o el indigenismo, por citar algunos.

En una aproximación más cercana a la organización urbana de los lugares mencionados, como si se tratara de un close-up de cámara satelital, encontraremos barrios, calles, cuadras, esquinas y rincones en los cuales transitan los personajes literarios que captan nuestra atención y nos representan o tienen algo de nosotros. Este acercamiento detalla el espacio y concreta la obra. Parte fundamental de la composición de la obra literaria es la trama: lo que ocurre, con sus pasiones, deseos y frustraciones, y los personajes que las vehiculan. Así, a lo largos de párrafos, capítulos, cuentos, crónicas, sketches o poemas, los nombres de dichos personajes y sus voces cobran vida y, al hacerlo, los asumimos como nuestras. Todo lo que ocurre en el libro es lo que nos ocurre a nosotros mismos, o es lo que podemos imaginar le puede ocurrir a otros. En esta dimensión de consumo del texto existe lo que llamo, acaso de manera poco original, el libro del barrio.

En este sentido, debemos recordar que el arte y la literatura son la expresión estilizada de una necesidad por mantener viva la memoria y la imaginación de los pueblos, de los seres humanos concretos, y de testimoniar nuestro paso por este mundo. A dicho esfuerzo total se lo llama Libro, a secas, y su primer autor en un ser al que muchos llaman Dios. El gran medievalista Ernest Curtius articula el concepto del Libro a la Edad Media occidental y lo ve como un ejercicio divino en el cual la mano del autor transcribe lo que El conoce desde siempre. Así, los supuestos afanes totalizadores de la Modernidad son, a la postre, y de manera sencilla y práctica, simplemente destellos de un proyecto mucho mayor, el mismo que Jorge Luis Borges percibió como una tarea infinita, sea en forma de memoria eterna (Funes, el memorioso), visión simultánea (El Aleph), escritura infinita (El Libro de Arena), espacios irrepetibles (El jardín de los senderos que se bifurcan), o acciones déjà-vu (El Evangelio según Marco, Guayaquil o Pierre Menard, autor del Quijote ).

Pero esta percepción del paso de los seres humanos por el tiempo no sólo existe en las grandes obras sino, sobre todo, en la vida concreta de la gente concreta, en sus deseos, tareas y rutinas, en los movimientos de sus cuerpos y en sus emociones. La prueba de la existencia de las personas son tanto sus huellas como los sonidos, la respiración y las palabras articuladas. Y esta gente es tan variada como la vida misma. Esta gente es todas las razas y las clases sociales, y lo que vivieron y dejaron pasar en la vida (y la vida misma, que los pasó sin ellos dares cuenta, como dice Pablo Milanés).

Entonces, ¿Por qué creer que sólo un número reducido de estilos o autores similares representa al complejo grupo o comunidad? ¿Cuál es el temor a aceptar que la riqueza de la vida está más allá de lo nosotros vemos o creemos? Temo que las respuestas sean sólo un indicio más de nuestro exagerado personalismo post-moderno. En lo personal, espero sinceramente navegar en otras aguas.

Si todo libro es una memoria social y ésta una mínima e instantánea formalización de las parcialidades de la historia, justo es que pensemos en la inclusión de los demás como norma de trabajo. Así, podremos decir con certeza que "El libro del barrio" (por mantener el títitulo de mi libelo) somos todos y todo, con todo lo que llevamos dentro: las buenas y malas cosas, o, para decirlo con Gilles Deleuze: todo lo que fluye. Lo que con tanto esfuerzo logró Edgar Lee Masters en su Spoon River Anthology, al contar en retrospectiva la vida de cada uno de los habitantes de un pueblito de los Estados Unidos, así como el empecinamiento legendario del poeta Fernando Nieto Cadena en asumirse solamente como guayaquileño (en detrimento de una ecuatorianidad que no siente), y cuya poesía gravita sobre la manera de ser de un hombre de clase media popular del trópico (ecuatorial y/o caribe), son ejemplos de que se puede articular un libro desde la asunción de lo que dice una comunidad, o de ser la voz de la misma comunidad pero de manera individualizada. En ambos casos, se trata de un colectivo que testimonia su paso por el mundo.