martes, 23 de septiembre de 2008

El sueño de la razón produce más sueño

Pesar de los pesares, el MRIC, la nave de los locos se fue a pique, la economía nacional a la mierda, Lucía desapareció y llegó el Fenómeno del Niño, el invierno tropical adueñándose de la Costa. Años de diaria lluvia torrencial, inundaciones y destrucción de la esperanza. El pez que fuma también se fue a la mierda: los policías, los comisarios de turno o cualquier cojudo de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil aparecían pidiendo dinero "para la campaña del partido". El amor, la militancia, la rumba, todo se fue volviendo como una canción de Felipe Pirela y la orquesta que se retira de a poquito, dejando sonar de uno en uno los instrumentos hasta que pum se acabó.

Con el Conde, en esos permanentes arrastres de la tristeza o el odio, religiosamente, cada sábado por la mañana, íbamos a casa de Velasco Mackenzie. Ahí estaba él esperándonos con sus libros, caminando lento con nosotros por la Avenida Quito hasta llegar a la esquina de Maracaibo, sentarnos, chismear y conversar de literatura y pedir las primeras cervezas, carne de cerdo y condimentos. El gordo Nieto se había ido y Velasco Mackenzie nos aguantaba la caña con paciencia de madre, hasta nos tomaba en serio. Nos hacía entrar a su casa y nos contaba lo que estaba escribiendo. ¿Cómo sería posible escribir algo mejor que De vuelta al paraíso? me preguntaba a mí mismo. De su casa íbamos directo a la tienda de doña Julita, a rematar con canciones de Julio Jaramillo, o llegábamos entusiasmados a la cima de la montaña y desde allí, sentados y en silencio, veíamos Guayaquil hacia el sur, mientras el sol caía sobre nuestras espaldas y sonaban canciones de John Denver, James Taylor, Jim Croce, América o Seals and Croft. ¿Para qué nos sirvieron esos años en la nave de los locos? ¿Por qué acudimos una y otra vez a esos bares y canciones?

Ahora que estoy escribiendo esto me doy cuenta que El pez que fuma ha quedado de alguna manera en todos los que allí escuchamos la canción que dice nació en el mismo solar que yo nací/ y canta como yo/ le canto la melodía de los suburbios que Santiago Cerón nos enseñaba mientras el Cuervo Zavala repite que fue una nota turra vender el Pez, sobre todo los discos, y, abriendo los brazos al cielo sentencia: toda una historia, toda una vida bróder y pide tres más y le dice a Rockolita que ponga un bolero Bobby Capó y que sigamos chupando.