sábado, 11 de octubre de 2008

Memo, La Memoria

La última vez que lo vi fue en el parque, un sábado por la mañana, conversando y bebiendo con toda la gente. Hablamos de nuestras familias, de su tía Ana en la Yoni, de Giuseppe, que fue quien le puso la chapa de Memo porque desde peladito dizque era malo, como el de la Pequeña Lulú. El Chugo había puesto el equipo de música a sonar con fuerte salsa y, a veces, con unos pasillitos llorones que ni a Memo ni a nadie le gustaban. No, al menos, a las once de la mañana del trópico.

Ese día, por azares que no eran ni de la vida ni de la chirés, el poeta Pipí con Lentes, había caído por ahí. Andaba contento porque había ganado otro premio en su larga lista de concursos. Esta vez era uno organizado por la Sociedad de Plomeros y Oficios Afines del Chunchi, residentes en Guayaquil, SOPLOACHU-Filial Costa. Apenas vio a Memo se me arrimó y en corto, medio temblecoso, me preguntó si el que estaba ahí era el famoso Memo, el de la pandilla del Francés, el que había estado en la Peni, el que se había virado por error a un marino y esa fue la casita, el que se había bajado a no sé quien en noches de Londres y chicha jora, el que acostumbraba a chorear motos y carros por la pura nota de tener en que transportarse de un lugar a otro y por hacer camellos anexos , y que luego los dejaba tirados por ahí y etc., etc. Le dije que sí a todo, que era el mismito. Acto seguido llamé a La Memoria y los presenté. “Háganse amigos”, les dije. Hablaron por largo rato, como si se hubieran conocido desde hacia tiempo. Memo me había dicho que le interesaba hablar con un pana que por esa época ya escribía en un periódico, para que lo entrevistara, que él tenía muchas cosas que contar y que podía hacer marchar a un montón de gente pesada. Ese pana que yo le había mencionado antes a Memo era nada menos que el ya semi-declarado Cronista Vitalicio de la Cosmopolita Ciudad de Santiago de Guayaquil, el Conde Martillo, de quien el ávido lector tendrá más de una referencia. Ese día lo pasamos muy bien. La mañana del sábado veraniego estaba fresca. Poco a poco aparecieron Lechuga, la Chocota, la negra Linda y todo el Cartel. También estaban el cholo Cepeda y el Cuervo. Ibamos medio embalados en la chupa y el chacoteo cuando, de repente, se oyeron disparos de metralla que venían desde la calle Quito. A lo lejos pudimos divisar dos carros que venían veloces hacia nosotros, dándose bala. Todos, incluyendo la Memoria, nos tiramos hacia las plantas del parque, boca abajo, cuando pasaron cerca de nosotros. Bueno, casi todos, porque el cuerpo se tiró a la vereda y se fue rayando la cara, para diversión de todos, luego de pasado el nerviosismo. Con los días nos enteramos que se trataba de dos hermanos de la política local que se peleaban por el peaje del Puente de la Unidad Nacional, nada menos.

Dos meses después Memo moría, luego de una tenaz persecusión y tortura de tres días. En los periódicos salió su foto: sin lengua y con los huevos quemados. No fui al velorio. Nunca me han gustado ni los muertos ni las muchedumbres. Todos los del barrio en cambio sí lo hicieron y le dejaron una corona de flores. El cholo Cepeda me contó que tres mujeres aparecieron para disputarse el derecho al recuerdo del concubinato con el difunto. Además, que otra señora de edad avanzada, había estado rezando cerca del ataúd por varios minutos y que luego contó su historia, que se abría con una expresión polémica: "Él era muy bueno". Y dijo a renglón, seguido que cosa de dos años atrás Memo había pasado por su casa, una casita de caña en uno de los tantos suburbios de esta ciudad de mierda. Él se detuvo al ver gente llorando. Salió del carro, entró a la casa y en mitad de la habitación, sobre una mesa, vio el cuerpo sin vida de un niño. Le dijeron que había muerto de una infección y que nadie tenía dinero para pagar el servicio funerario. Memo no dijo nada. Salió de la casa y regresó al poco tiempo con todo lo necesario para las honras. Partió nuevamente y la señora nunca más volvió a saber de él hasta que vio la foto en el periódico.

Otro pana, Cabeza de Tuco, dijo que eso era verdad y que podía asegurarlo categóricamente porque con él también se había portado redondo. Contó que para su último cumpleaños él estaba limpio y medio jeteado en el parque y con unas atormentadoras ganas de celebrar. Luego, como llamado por los dioses, Memo apareció en un carro lujosísimo y le preguntó por qué tenía esa cara de aguacero y Cabeza de Tuco le respondió que por la crisis billetera. Memo, con su característica manera de aparecer y desaparecer sin dar explicaciones, se fue, no sin antes decirle a otro pana, el Cacho Bardales, "trepa para que me acompañes". Lo que ocurrió en ese viaje fue narrado por el Cacho: Se dirigieron a una licorera, Memo se bajó del carro y, Magnum en mano, le dijo seria y tranquilamente al dueño del local:"me das esas tres botellas de whisky y dos fundas de cachitos, rápido chucha o te bajo todo el almacén". El tipo obedeció y luego de unas horas la fiesta en el barrio era total, "que daba gusto" decía Cabeza de Tuco, quien, como ya dije antes, había estado en el entierro de su pana, nuestro pana, Memo La Memoria. Dios lo perdone y lo tenga en su gloria para siempre. Y también al Chugo, su hermano, y también a Carlos Ríos, alias La Rubia Peligrosa. Vida eterna y piedad para esos Hermanos Karamazov que, sin duda, también eran patriotas del sur.