jueves, 16 de octubre de 2008

Un tipo de Queens

La fría mañana de otoño ha obligado a sacar de una vez por todas los pesados abrigos y las bufandas de colores. La muchedumbre avanza rápidamente hacia otros trenes, copa las escaleras eléctricas y las estaciones del subway. Los vagones son viejos, diseñados para llevar la mayor cantidad posible de pasajeros. Las líneas 7, E, F, G, R, transportan y sacan a los trabajadores y estudiantes hacia los demás lugares: Manhattan, Brooklyn, el Bronx. Un día como otros en Queens, con sus problemas y el informativo meteorológico pronosticando lluvia en la mañana y un posible aparecimiento del sol hacia el final de la tarde.

“Los cubanos han hecho una ciudad que se llama Miami. Gústeles o no, es verdad. Nosotros estamos haciendo lo mismo con Queens. Que hace años los primeros vecinos se hayan ido no es culpa ni problema nuestro. Este es nuestro barrio, nuestra comunidad hispana”.

Los muchachos se reúnen a jugar béisbol en las calles. Se hacen bromas, hablan un inglés que no tiene el acento del que se oye en el Bronx pero tampoco del de Manhattan o de la televisión. Para la nueva generación el spanglish no es un problema importante: son perfectamente bilingües. Las otras comunidades étnico-culturales viven de manera independiente: los asiáticos, negros americanos y los llamados “irlandeses” tratan de no mezclar las relaciones. ¿Un nuevo indicio de racismo?

Vivir en Queens es encontrar comercios en donde “se habla español” por doquier. La reproducción de las costumbres cotidianas traídas de los países de origen es también otro hecho interesante. Las esquinas diariamente sirven a los amigos para conversar, tomarse camufladamente una cerveza y chacotear un poco.
Uno sale a la calle y en medio de los interminables bloques de ladrillos rojos se ve desfilar a dominicanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, salvadoreños y brasileños. Los sábados todo el mundo va al parque Flushing. En medio del partido de fútbol, del campeonato de las ligas, la gente grita y oye música tropical mientras bebe y repite anécdotas como escenas de películas.

— “Uno viene sólo para hacer billete. Después hay que regresarse. Aquí, sea lo que sea, no estás en tu casa. Además, no te vas a matar trabajando toda la vida. ¿Para qué?”, dice uno.

— “Yo no podría acostumbrarme si regresara. Hay muchos problemas, la situación está mala y, para colmo, todo el mundo se quiere meter en tu vida”, replica otro.
La minoría, aquellos que tienen un buen trabajo estable y residencia o ciudadanía norteamericana, entienden que lo fundamental para sentirse ligados realmente a la ciudad, al gran país del norte es justamente las dos cosas que ellos tienen: buen trabajo y estadía legalizada.

“Si quieres vivir entre los tuyos debes vivir en Queens. Los demás barrios no son iguales. Hay menos peligro de que te coja una pandilla de irlandeses borrachos. Claro, eso de la droga está serio. Acabo de ver una calle cerrada por la policía. Los portorriqueños te pueden chantajear si saben que estás de ilegal. No, para estar como en casa mejor te quedas en Queens. Aquí están los tuyos y no tienes problema con el idioma”.

Voy nuevamente por el Roosevelt Avenue. Oigo que hablan de cuoras, sueras, compiurers. El sol repentinamente sale y anima un poco al transeúnte. El tren cruza por encima de la calle haciendo un ruido infernal. Llego a la 82, veo vitrinas abarrotadas de electrodomésticos y vestidos, casas antiguas que sirven de tienda de oficinas o improvisadas academias de inglés. Las luces de neón dicen que las cervezas Budweiser y Miller son las mejores. La constante agitación es cada vez más febril. Gente va y viene Un muchacho escandaliza con la grabadora a todo volumen. I am a guy from Queens, me digo. Busco las pocas librerías. Algo de Saul Bellow aparece por allí; miro cámaras fotográficas, una pequeña iglesia, la programación de la TV, un comentario sobre una película que estrenan el viernes, la gente y las pequeñas tiendas.