miércoles, 22 de octubre de 2008

Yo vivo condenado a la distancia

Los muertos aparecían rabiosamente en los sueños, buceaban en piscinas, dormían en inmensas camas, leían periódicos en las esquinas. Los muertos pero también los vivos. Sin embargo, entre ambos no había diferencia: se tuteaban, hablaban como si nada, compartían cosas y escuchaban la misma música. A lo mejor era porque en Ecuador, “la tierra de los valientes” como dice el poeta del fútbol, no se sabía si más valientes eran los que se quedaban a pelear el pan de cada día, o los que seguían el dorado sueño del norte por las peligrosas y coyoteras rutas de la frontera mexico-gringa, o por barcos que naufragaban en medio mar. Sea como fuere, Ecuador, “mi pedacito de camote que no me desampara”, fue, es y será siempre “la tierra de los valientes”. Pero de hablar de valientes a los gusanos del gobierno hay mucha distancia, así que mejor movámonos con cuidado y no caigamos en los dimes y diretes de los gritones de la política local, que para eso ya existen los pasquines que todo el mundo conoce.

Así filosofaba mientras trepaba la loma de la Ciudadela Bellavista en busca del arquitecto Cocojox, antes conocido como Negro Buchannan y ahora, rehabilitado de los abismos chuperiles, chapeteado como don Bramha Kumaris. Don Brama, de ahora en adelante. Lo buscaba porque quería que me hiciera un aumento en la caleta, pues el espacio se había reducido ante la llegada y posesión de mi propiedad caletil (guasamayete incluído) a manos de La Pequeña Lulú. ¿Quién era La Pequeña Lulú? La ella de la película y de este nuevo remedo de arte callejero que llamaremos de manera provisional El regreso del Pez que Fuma.

Ella apareció como aparecen las malas buenas mujeres en Guayaquil: en una noche de farra. En un paseo por la Cofradía del Bolero la vi, sentadita en la barra, a vaca mú, como esperando un galán de fina estampa que le alborotara el yajajá. Y ardió Troya y sonó el trueno y la pasamos bacán. Yo te conozco me dijo, y nos fuimos de verbo y biela. Claro, sólo después me enteré de que la man era jefa de una pandilla femenina que acaramelaba y mandaba de ruca a los confiados pasajeros de autobuses para desvalijarlos una vez dormidos. Pero de que se estaba buena, lo estaba. En fin, la man se comenzó a aflojar poco a poco, una vez que descubrió que mi política era de corte total entre el mundo de los negocios y los placeres de la casa.

Pero volvamos a la loma de Bellavista, que resultó larga y jodida para estos trajinados pasos de Quijote del trópico. ¿Está Don Brama? Pregunté cuando me abrieron la puerta. ¿Quién? Replicó el joven. El arquitecto, dije, corrigiendo de inmediato mi chapeteo. Ya lo llamo, y cerró la puerta. Eran las 9 de la mañana pero el sol ya caía en picada sobre el transeúnte. Qué fue cholo, me dijo Don Brama. Dame un poco de agua helada, dije sin saludar, casi metiéndome a empujones a su casa. Calmada la sed le conté a qué venía. Mira, le dije, me informaron que estabas más o menos sin camello y pensé que podrías ayudarme en un asunto que tengo pendiente. Pero debemos salir ahora, te cuento en el camino. ¿Adónde vamos? Ya te cuento. Y así, buscando la poca sombra que daban las raquíticas ramitas que se escapaban por las verjas, nos fuimos a la Ciudadela 9 de Octubre. En taxi, obviamente, pues el tiempo apremiaba.

Llegamos. En el parque estaban nuevamente el Negro Ojito y Marco Tulio, bajándose una de Trópico Seco. ¿Cholo, Cocojox, cómo así? Dijeron mientras servían en la tapa y, extendiendo el brazo, nos la ofrecían. A lo cual, inmediatamente, Don Brama dijo, no bróder gracias, ya no bebo. Ellos se miraron, se rieron y le dijeron: Ya, te hiciste hermanito también. No, replicó el moreno y alto arquitecto, soy Bramha Kumaris, y nosotros no bebemos. Ándate nomás entonces, le dijo con tono medio molesto, aunque también en broma, el Negro Ojito. Ándate nomás y mejor no vengas por el barrio. Qué decepción, tú, que tomabas hasta Racumín para ajumarte. ¿Han visto al Loco Huguito? Pregunté para cortar el achaque. Debe estar en su casa, dijeron. Pero si lo quieres ver tienes primero que hablar con esos dos mancitos de la esquina. Ajá, les dije ¿Y quiénes son? Son dos guardespaldas colombianos que se consiguió el loco. Aparecieron después de la balacera. Ya, dije. Simón, continuaron, el man pensaba que era venganza de Carecamiónchocado, pero parece que la cosa es más seria, más fea, dizque el loco anda metido con los guerrilleros de las FARC, tú sabes, los corronchos. Ya, le dije. A ver qué se cuenta el loco. Ya regresamos. Fuimos a casa del loco y sólo alcancé a decirle a Don Brama que se quedara callado cuando una voz me dijo adónde va su mercé, a la par que me dejaba ver el arma al cinto que llevaba.

Y pensar que ese era mi barrio. Ahora tenía que dar explicaciones de mi rumbo.
Dile al loco que el cholo y Don Brama quieren hablar con él, respondí. El man nos está esperando.