viernes, 21 de marzo de 2008

El paso vencido del caminante

Cuando desperté me sentí mucho mejor. El baño también me había recuperado del cansancio. Sonó el teléfono y me preguntaron si me quedaría otro día más y que tenía que cancelar con anticipación. Que sí les dije, que no había problema. Fue en ese momento que me di cuenta que el coyote me había mentido, pues en la televisión anunciaron el encuentro de un camión abandonado, lleno de ilegales que habían muerto al no haber podido romper el candado de la puerta. Con dolor reconocí en la pantalla los rostros de los que se unieron a nosotros en la frontera. Así, confundido pero tranquilo, fui a la recepción y cancelé otro día de hospedaje. Alquilé la computadora y en mi e-mail encontré dos mensajes, uno que me decía encuentra a la Princesa Tamaulipa y otra crónica de Iturburu, el poeta del recuerdo, la misma que por ser muy larga transcribiré en otro capítulo. Dejé Tucson rumbo a Phoenix . Era obvio que la Princesa estaría en el Golden Dream o en el restaurante. Bastaba llegar allí y nos encontraríamos sin problemas. Como lo sospeché, había dejado un mensaje para mí en el hotel, con hora y fecha para encontrarnos nuevamente.

Estaba un poco nervioso después del trajín, aunque también entusiasmado antes de verla. Cuando apareció en el lobby sonreía como la primera vez y, la verdad sea dicha, de manera mutua nos abrazamos. Me dijo que estaba bien, que ya me contaría lo ocurrido, que saliéramos a tomar algo. Fuimos al mismo lugar y, no sin sorpresa, noté que entre las atracciones de la noche se anunciaba el debut de Paquita la del Barrio, versión ranchera de Lupita D’Alessio, la cual interpretaría los superéxitos Rata de dos patas y Carroña humana, de gran pegada en las cantinas de Juárez.

Nos sentamos en la misma mesa y luego del primer margarita me contó que, luego de embarcarse en la camioneta, el asesino las llevó a un lugar muy apartado de la ciudad, a la casa de un narco y que, en medio de la borrachera y sin saber cómo, pues la vigilancia era muy fuerte, se apareció el guardia celoso y comenzó a disparar. Pero qué hombre más imbécil, acotó. Todos se tiraron al suelo y en el tiroteo desarmaron al guardia y el narco salió herido. Luego de controlar la situación, los guardespaldas arrodillaron al guardia en media sala y allí mismo le cortaron la cabeza de dos tajos. Luego siguieron la borrachera y aspiramos un poco de cocaína. Dijo la Princesa Tamaulipas que cuando empezó a sobajear al narco vio que éste tenía en su pesada cadena de oro un pezón de mujer y que, a la altura izquierda del pecho, el mismo tatuaje que tenía la estudiante. Me dio asco y rabia, confesó la Princesa, y fue difícil aguantarme. Me mostré sorprendida y el canalla dijo es el recuerdo de una gringuita. Me las aguanté en ese momento y dije que iba al baño. Les conté a la Virreina y Dolores lo que había visto y dejamos todo preparado.

En la habitación, el narco, no obstante estar herido, empezó a tratarme con violencia y a pasarme por el cuerpo unos cuchillos, como si fuera un juego inocente. Supe que era el momento de terminar la operación de la única manera en que podía ser. Le di con la botella de whisky en la cabeza y, soñado y borracho, con su misma pistola le di un tiro en la frente y salí al encuentro de las colegas. Al huir de la habitación me encontré con el asesino que nos había llevado allí, le disparé varias veces y aparecieron los demás. Las tres logramos apertecharnos afuera de la casa mientras los sicarios se reagrupaban. Por suerte, el helicóptero apareció a la hora precisa y, repartiendo bala desde el aire, logró sacarnos y traernos a territorio americano.

¿Qué helicóptero? le pregunté. A lo cual la Princesa Tamaulipas respondió que, una vez que ellas se aseguraron que el narco era el culpable de la muerte de las estudiantes, Dolores del Río activó el GPS para ser recogidas en espacio abierto en una hora. Esa hora, me dijo, era el tiempo que necesitábamos para ajusticiar a los asesinos. ¿Entonces nunca pensaron traerlos a Estados Unidos para procesarlos? No, dijo ella sin inmutarse, las cosas no funcionan así en estos casos. Hoy por hoy, los convenios internacionales son patrimonio de las burocracias y lo que se necesita es actuar pronto y eficazmente. Además, las muchachas les sacaron las confesiones a los otros guardaespaldas de lo que había pasado. Y tú qué, preguntó.

Le conté lo que me había ocurrido punto por punto. Al final, la Princesa Tamaulipas sólo replicó ya me lo imaginaba. Debo también escribir el informe de lo que te ocurrió, es parte de la misma operación. Hemos decidido que, por seguridad tuya y nuestra, es mejor que el pago por tu trabajo se quede por ahora en una cuenta especial. ¿Tienes aún la cédula de identidad que te di? No, le respondí, se la tuve que dar a un coyote por cruzar la frontera. Sonrió misteriosamente y me dijo no lo vuelvas a hacer, a la par que sacaba de su bolsillo una cédula de residencia temporal en Estados Unidos y otra cédula mexicana. Tenemos más trabajos para ti, me dijo la Princesa, pero sabrás los detalles sólo poco antes de cada operación.

Notando quizá mi cara de sorpresa o mi interrogativo silencio me dijo ya no hay vuelta atrás, tu pasado es tu pasado y a él ya nadie vuelve. Mira el futuro, tu trabajo, aquí te irá mejor que en tu país. ¿Ecuador o México? ¿A cuál de los dos países te refieres? Eso ya no importa, la corrupción es la misma en ambos lugares. En el restaurante, Paquita la del Barrio amotinaba a las barras femeninas que se habían conglomerado en el salón a la voz haz algo, inútil, frase que, para ubicación de la amiga lectora, era el mote de combate con el cual la cantante atacaba a su marido y que se coreaba por estos lares en franco desafío al patriarcado del ajúa.

La Princesa, luego de una pausa y poniendo su mano sobre la mía, me dijo aquí te irá mejor. Ahora más que nunca, la seguridad de este país necesita gente como tú. Y cambiando de tono dijo te tengo una sorpresa, mira allá, mientras señalaba con un dedo. Desde el fondo aparecieron, como la primera vez, la Virreina de Lima y Dolores del Río con sus respectivas margaritas. Nos saludamos como viejos colegas y por fin pude respirar con tranquilidad y divertirme el resto de esa noche.

De regreso al hotel la Princesa preguntó si podíamos tomar un café en mi habitación. Por supuesto, respondí.. Lo que pasó esa noche lo dejo para las fantasías y elucubraciones de la curiosa lectora, para que no digan que soy sapo o chismoso ni que me tiro a bacán. Sólo añadiré que, cuando amaneció, una nota dejada en la recepción decía la pasé muy bien contigo, te deseo lo mejor. Adiós, PT.