viernes, 14 de marzo de 2008

Todo tiene su final

El asunto se remonta a un suceso triste del cual poco hablé: la retirada de mi ex mulata. Me dijo que necesitaba estar sola un tiempo y que a lo mejor terminaría yéndose a Europa. Una de las cosas que un hombre digiere difícilmente es el adiós de una mujer. Cuando llegó la hora de la separación hicimos el amor como la primera vez. Esta, como toda despedida, era al mismo tiempo el saludo a la muerte, aunque también a una remota esperanza, no del regreso sino de un tiempo nuevo que, en esos momentos, simplemente no podía imaginar. Nuestros cuerpos decían que estando juntos a lo mejor lográbamos hacer que la pasión venciera la conclusión a la que había llegado. En ese momento de sexo, de amor cuerpo a cuerpo, a lo mejor curábamos nuestras heridas. El amor puede ser un asunto muy sencillo cuando no hay nada que esconder, cuando uno sabe que puede enfrentar y vencer los riesgos que supone. Pero cuando uno de los dos mira hacia otro destino o a las señales que nos manda el pasado, ese es quizá el momento de la separación o de apretar espuelas, tomar distancia y evaluar las cosas. En nuestro caso fue lo primero.

En la mía, como en toda historia de amor con final triste, cuando el dolor aflora se recuerdan los momentos iniciales: ciudad de Esmeraldas, 31 de diciembre -el año ya no importa porque siempre es el mismo diciembre- esa fue la primera vez que la vi. Lo demás se lo llevó el tiempo en esa barca que parte y no regresa. Puedo decir con certeza que, hasta ahora, esos fueron mis días más alegres y mejor vividos. Sólo bastaban su cuerpo, su sonrisa, su palabra y así todo se componía, y yo era suyo y ella mía. La ilusión más grande de toda mi vida/ es tenerte y saber que eres mía/ y sentirte en cada parte de mi piel/ quiero conquistar y ser dueño de tu mirada/ que me quites el difícil sabor a nada/ que tú pongas un motivo a mi existir. Quizá mañana sea diferente y alcance a ver las cosas desde otro ángulo pero, ahora que el corazón aprieta, es mejor reconocerlo y ceder a ese sentimiento de tristeza. Pensando nuevamente en ella, el verano comenzó a llegar a Guayaquil mientras la ciudad se reponía lentamente de los agobios de las inundaciones.

En esas estaba cuando, sin habérmelo propuesto, me doy cuenta de que había llegado nuevamente a la Ferroviaria. Los taxis cruzaban veloces por el puente del Estero y se perdían entre los nuevos pasos a desnivel. Había caminado como un autómata. A lo que voy a entrar veo un papel sobre la puerta: “Cholo, te vino a buscar Gutiérrez. Dame un telefonazo o llámalo deúna. Creo que hay guiso de por medio. Conde.”
Al día siguiente llamé primero al Conde pero contestó Carecamiónchocado, su jefe, un norrito intelectual bajado a látigo de Quito que, como casi todo norrito en tierra caliente, se había auto-marginado porque se creía la mamá de Tarzán, el muy cretino. Era de esos que justificaba el centralismo y le tenía miedo a la vida y se enclaustraba en los libros de su cuarto mientras hablaba mierda de los guayaquileños y la ciudad. El Conde de Montecristi, le dije seco. No me respondió nada, sólo le pasó el teléfono al Conde advirtiéndole que no se desapareciera. Estamos por cerrar la edición, remató en voz alta, como para que yo lo oyera. Este rascador de Carecamiociotochocado, lameculo de los dueños del diario, tirarme esa lámpara a mí, al Cholo Cepeda. Ya tendría tiempo para enderezarle la carrocería o dejarlo más abollado, como para decirle Rechocado. ¿Hablaste con Gutiérrez? preguntó el Conde . No todavía, le contesté. Dice que quiere hablar contigo y preguntó si aún estabas con planes de buscar a tu ex-mulata. Le dije que no y replicó mejor así porque esta vida no es para casados ni enamorados. Bacán Conde, nos vemos luego. Días después fui a ver a Gutiérrez a su vieja oficina.

Llegué y un guardia me preguntó mi nombre. Se lo dije y me dio un papelito diciéndome don Gutiérrez dice que vaya al Mall Huancavilca, oficina 230. Tomé un taxi y, como es costumbre en esta ciudad, el chofer me distrajo contándome sus aventuras. Un mediodía pana, me dijo el del volante, se subió un man alto, blanco, medio gordo. Vamos al sur, a las Malvinas, me dijo. Disculpe, repliqué, pero allá no voy. No te preocupes, me dijo el man. Toral es mi pana y allá todos me conocen. Rumbo a las Malvinas entonces. A la entrada del barrio un vendedor de naranjas afilaba un cuchillo en el piso y lo limpiaba con un chorrito de agua sucia, de esa que es buena para el dengue. Oye, Yagual, súbete al taxi, qué es de Quiñonez. Adentro está, le contestó el del cuchillo naranjero. Súbete y vamos a buscarlo. Total, para qué le cuento pana, los cuatro salimos de las Malvinas directo a la Aduana del aeropuerto. Yo, como que no me enter aba de lo que pasaba. Al llegar, el gordo me hizo que parqueara el taxi a un lado. Se bajó con los mentados Yagual y Quiñonez y entre ambos le dieron una paliza del hijueputa a un mancito que estaba allí adentro. Lo patearon de lo lindo, en el suelo, hasta dejarlo bien ensangrentado. Nadie se metió. El gordo que los había contratado, después de un rato, sólo dijo está bien, suficiente. El mancito en el suelo estaba hecho un charco de sangre. El gordo se acercó y le dijo eso te pasa por no firmarme los papeles, a mí ningún cojudo se me tira a bacán y pum le dio otra patada por los riñones. Regresaron al taxi y me dijo vamos de regreso a las Malvinas. Los llevé a donde me habían pedido, me dieron una buena paga y se perdieron casuchas adentro. Así es la cosa pana en esta ciudad, uno ya no sabe en qué se puede meter. Ajá le dije mientras cancelaba el viaje.

Gutiérrez, al verme a través de los vitrales salió y le dijo a la secretaria déjelo pasar nomás. Cholo, me dijo el Conde que has desistido de ir a España, si es así, perfecto, porque a esos amores es mejor decirles adiós desde la distancia. Ahora no hay tiempo que perder. ¿Tienes aún visa para Estados Unidos? No, le dije, ya está caducada. ¡Puta! ¡Pero qué descuidado eres hombre, con lo jodida que está la cosa! Bueno, no importa, me lo mandas pronto que yo te consigo la renovación. En diez días te vas al norte, me dijo. Aquí están los pasajes. El detalle del hotel también está allí. ¿Hablas inglés? me preguntó. Algo, le dije. Bueno, no es tan importante, después aprenderás, allá siempre hay alguien que habla español. Y de qué se trata, si se puede saber, y de cuánto hablamos. Eso es secundario, dijo prontamente. Secundario las que me cuelgan le dije. Secundario chucha, repitió cabreado, estás sin trabajo y no te conviene hacerte el fino. En el sobre está la información que necesitas, toma. Y sacó unos billetes que daban un total de tres mil dólares. Esto no es para que lo gastes sino para que, si la gente de inmigración pregunta mucho, vean que tienes dinero. Diles que vas a ver a unos primos, los datos están allí. También te abrí una tarjeta de crédito de dos mil dólares con el mismo fin y puse mi carro a tu nombre. Con eso no habrá problema. ¿Tienes terno para la cita con el Cónsul? Sí, le dije, por ahí tengo uno medio viejo. Para viejo suficiente contigo, con el dinero cómprate buena ropa para la entrevista. Cuando llegues a Estados Unidos me escribes un e-mail desde algún hotel. Te daré las instrucciones específicas una vez que tengas la visa. ¿Sabes lo que es un e-mail verdad? Sí, respondí. A ver, qué mismo es un e-mail, preguntó desconfiado. Es la puta que te parió, le dije, mientras le enseñaba mi tarjeta personal de investigador privado con mi dirección de correo electrónico. Vamos bien, dijo convencido. Luego te mando el permiso de salida y la fecha para la cita con el Cónsul. Pilas chucha. Una cosa más, esta noche nos vemos en el Montreal con la gallada, aparécete, te interesa.

La idea de un nuevo viaje a Estados Unidos me alegraba un poco, pues así el fantasma de mi ex desaparecería más fácilmente. Pero ella ya no estaba y la ciudad duerme/ sin razón te espero aquí/ es el fin, qué dolor siento, habrían dicho Los Iracundos. Casi por inercia llegué al Montreal. Para sorpresa mía, allí estaba gringo Donald.

Lo saludé, conversamos de varias cosas hasta que, luego de un breve silencio, Maier dijo frontalmente es mejor que lo sepas ahora. Dentro de pocos días aparecerá un largo reportaje sobre ti en el Crónica Roja. Ahí revelan la participación que tuviste en el rescate de Victoria Weinberger. Oficialmente, los dueños del periódico han dicho que es bueno tener un héroe popular. Pero por nuestras pesquisas sabemos que es obra de Carecamiónchocado, por odio personal o porque está recibiendo dinero de los narcos, o ambas cosas. Lo cierto es que ya le han puesto p recio a tu cabeza y que, para estimular la competencia, la oferta por asesinarte está abierta al sicariato internacional, el que primero te mata se lleva el dinero. Con las fotos que publicará el Crónica Roja sabrán cómo eres físicamente y te podrán identificar sin problemas. Nuestras fuentes han confirmado que esta es una nueva modalidad del crimen organizado para amedrentar a sus enemigos. Nosotros quedamos muy satisfechos con el trabajo que hiciste y hemos decidido ayudarte contratándote para operaciones de infiltración en Estados Unidos. Con esa pinta que tienes puedes pasar como ciudadano del Tercer Mundo, dijo Maier, tratando de ponerle una nota alegre a su fría información. Sólo Gutiérrez sabe de qué se trata, pues lo consideramos un buen aliado, como dicen aquí. Oficialmente, te vas a un curso de inglés intensivo y de asesoría de inmigración, todo pagado por mi gobierno, pues el fin es que trabajes con l a policía local y sirvas de puente entre las autoridades, el consulado y la gente de la base de Manta. Te irá bien, al menos mejor que aquí, dijo Maier dándome la mano. Te veo después de un año. Debo irme ahora, tengo que dar un concierto con mi grupo de jazz en la Luna Amelcochada, suerte en todo.

Me quedé solo, pensando en cómo las cosas pueden cambiar tan rápidamente. Bajaba el primer café y veo, como siempre, apareciéndose por el parque Centenario, al Conde de Montecristi y a Capulina Páez. ¿Te vas a la Yoni, cierto? Así parece, les contesté. Pero estaba claro que la idea no me gustaba. Vélo del lado positivo, dijo don Capu, aquí no tienes trabajo, la hembra se te fue hace fú y la cosa se pondrá peor. Sí, les dije, todo eso lo tengo claro. Pragmatismo salvaje ante todo, después de escuchar ese razonamiento sentí un pequeño alivio, pues de alguna manera me veía llevado de la mano por el destino. No hay problema, les dije, no habrá problema. Así se habla, respondieron mientras alzábamos el vaso brindando porque, según sus palabras, los peores momentos son también los mejores si logramos aprender de ellos. ¿Adónde festejamos al viajero? ¿Cabo Rojeño? No, el Cuchitril es todo. Y hacia allá nos fuimos.

Rumbo al Cuchitril pasamos por la salsoteca gay El desbarrancadero, a esas horas aún vacía, pues la población de la gayez la abarrotaba sólo pasada la medianoche, como tirando a vacilar el dato de la lechuza. Y también cruzamos por mi peluquería favorita, en Riobamba y Junín (amigo lector, es buena y barata), afuera de la cual había varias personas haciendo turno mientras leían alguna revista. Por fin el Cuchitril. Desde la esquina de Junín y Ximena, mirando hacia Urdaneta y los cerros de la ciudad, allí está el mesón. Como la dueña ya nos conocía, nos saludamos cordialmente y así fuimos entrando a esa parte oculta y amada del Guayaquil andino. Oculta y amada porque el que no lleva a un indio o un negro en el alma no es guayaquileño. Nos dieron la mesa del fondo. Junto a nosotros estaban unas bellas oficinistas que, luego del trabajo, habían ido a saborear los platos criollos.

Trajeron cuatro cervezas, pusieron una de Eduardo Brito y nos picaron con unas porciones de chifle. ¿Está viendo la telenovela brasileña? me preguntó la doña. Sí, le dije, pero me he perdido los últimos capítulos. Dígale a mi marido que se los cuente, vaya con confianza nomás, él está en el cuarto viéndola. Agarré mi cerveza y les dije ya vengo y me fui a ver la telenovela, para mí, el último capítulo. Cuando regresé, don Capu y el Conde habían bajado otras cervezas y estaban saboreando carnes en palito y tortillas de papa. Así, nos dedicamos a comer, beber y chismear de lo lindo.

En los días siguientes le envié mi pasaporte a Gutiérrez y en menos de una semana salió el mentado artículo en el Crónica, con lujo de detalles, remarcando que había trabajado para el servicio de seguridad del consulado de Estados Unidos. Carecamiónchocado había logrado foquearme. Estaba claro que era mejor tapiñarme para no ser objeto de caza de los sicarios y de los políticos locales, acusándome de ser agente de la CIA, pues les encantaba hablar esas pendejadas, como en sus viejos y amargos tiempos. Para mí, estaba claro que esas cuentas las saldaría a mi regreso y que a Carecamióchocado y a los otros gusanos del Crónica Roja les daría una pateadiza imposible de olvidar. A mi regreso dije, todo será a mi regreso.

Luego me llegó una citación para entrevistarme con el Cónsul. Si no me hubiera pasado no lo creería, porque hay cosas que parecen mentira pero son verdad, y ésta es una de ellas. Llegué a las 10 am, puntual. Mostré mi papel y me hicieron entrar y esperar. Luego me llamaron por el micrófono y desde el fondo de la oficina salió un gringo que se dirigió a mí con ese acento que sólo los gringos tienen cuando hablan español. Así que tú ser Cholo Cepeda. Yo querer conocerte porque yo leer artículo en Crónica Roja. Tú ser poco loco. Yo gustar historias de policía, pero Guayaquil ser ciudad muy mal, muy violencia. Pero tú ser detective, tú estar del lado de la ley y ser good guy, culminó con una sonrisa de oreja a oreja. Muchas gracias señor Cónsul.

Aquí está el título de propiedad de mi vehículo, mi tarjeta de crédito y mis ahorros que, como usted comprenderá, están más seguros en mi colchón que en las bóvedas de un banco. Ja-Ja, se rió el Cónsul. No hacer falta, tú ser poco loco, yo tener razón. Aquí estar tu visa, tener buen viaje and have fun over there, learn good English, English is a beautiful language, dijo mientras regresaba a su oficina al fondo del consulado. Al salir me dije que el puto loco era él. Mi viaje ya era definitivo, tenía lo que necesitaba, ya sin amores y con la extinguida era más fácil dejar el cálido terruño.

Antes del viaje le pedí al Conde que le tirara lente al departamento, no fuera que durante mi ausencia las ratas choretriles se llevaran lo poco que tenía. Una brisa de verano refrescaba la ciudad. ¿Cuándo volvería a Guayaquil? Me iba a llevar a cuestas esta ciudad en la que había nacido y respirado y en la que nacieron y murieron mis amores.