viernes, 14 de marzo de 2008

Yo soy el alma de un cantante errante

Aeropuerto de Miami, doce del día. Hago fila y desde la caseta un policía me hace seña de que nos vayamos por otro lado. Me llaman, revisan mi pasaporte por la computadora, me hace preguntas de rutina y llena una tarjeta de entrada al país del norte. Recordé al misterioso Gutiérrez diciéndome debes extremar cuidados, ahora las medidas de seguridad son más fuertes y no hacemos diferencia de raza, sexo o edad. Ese “hacemos” me sonó extraño. Cuando dejes el país debes entregar esta tarjeta a cualquier agente de inmigración, es muy importante, me dice el oficial con un fuerte acento cubano. Ok contesto. Busco mi vuelo de conexión y, coincidencia del destino, entre los pasajeros que caminaban en los anchos corredores veo a la otrora Madrina, Mechita Ramírez, ex combatiente del Cartel de la 9 de Octubre. Y como si el tiempo no hubiera pasado se me tira encima, me da un abrazo y me dije hijueputa por quà 9 no me dijiste que pasabas a Miami. Estaba igual de atractiva y loca, era la misma de años atrás y, lo mejor, las nácharas estaban casi intactas. Digo casi porque ya se había casado y un tesoro así merece ser dignamente trajinado. Hablamos un par de horas, le conté las últimas novedades y me hizo jurar que la llamara antes de regresar a Guayaquil. Claro, le dije, te llamo de lo que no hay. ¿Cuánto tiempo te quedas? Seis meses, un año, quién sabe. Nos despedimos y se fue media triste y su diminuta figura se perdió en medio de la gente que caminaba por los túneles del aeropuerto. Mis instrucciones decían que debía tomar el próximo vuelo a Phoenix, Arizona, y alojarme en el nuevo y lujoso Golden Dram.

Llegado al hotel después del largo viaje, bañado y talqueado como se debe y las damas lo exigen, visité el cyberspace que tenían para los clientes. Necesitaba instrucciones, sobre todo porque en la recepción me habían dejado un mensaje: “Espérame mañana a las ocho de la noche. Trae tu pasaporte”. Quizá Gutiérrez tendría algo para mí, pues no me gustaba aquello de que uno nunca sabe para quien trabaja. Cuando hice contacto con el internet entré a mi dirección de correo, lo abrí, y oh sorpresa, encuentro un mensaje del vate Iturburu que dice léelo y me das tu opinión. Damita lectora o despiadado lector, como llegados a estas alturas me interesa más que nos concentremos en lo que pasó a continuación en el Golden Dream, dejamos para otra ocasión las crónicas que pasaban por la inefable mente del poeta. Y como es de trabajo y no literatura que vive el hombre, presto me lanzo a detallar la primera de estas aventuras en territorio extranjero que, la plena sea dicha, viéndolas cómo sucedieron, me hacen levantar muy en alto las cejas a la voz de yo sí que me meto en guevadas, la plena.