viernes, 1 de febrero de 2008

La Cofradía del Bolero



Cuando entré el segundo show estaba por comenzar. En el centro de la pista caía una luz roja que formaba un círculo. Había una silla alta, una guitarra de madera y un vaso de whisky. Se hizo un silencio inmediato. Entró una mujer vestida de pantalón y chaleco negros. Tenía el pelo también negro, cogido hacia atrás y contrastaba con su rostro blanco, de rasgos fuertes. Se sentó, tomó la guitarra y empezó a cantar. La luz dejaba adivinar el decorado de las paredes hecho de pequeños recortes de noticias de la farándula y la bohemia en Guayaquil, fotos de periódicos y revistas viejas. En cada mesa había un candil pequeño o una botella con una vela pronta a extinguirse. La voz de la mujer era clara, determinante, y al final de cada estrofa cerraba los ojos y ponía un énfasis aún más apasionado al mensaje, un tono casi sublime: y si al final de la vida/sólo te queda un calvario/ mi alma, dame el crucifijo y apóyate en mí. Al último charrasqueo le sucedían atronadores aplausos, gente parada gritando otra, otra. Ella decía gracias de manera muy suave, casi imperceptible. Se sentaba nuevamente e iniciaba otra canción aquí nomás, termina mi camino/ aquí nomás, yo ya no espero nada/es tarde ya, para volver a amar. Era hora de pedir un whisky para celebrar el embrujo de Patricia González. Cuando fui a la barra un mesero me reconoció, se acercó y casi al oido me dijo los jefes lo están esperando en la oficina. Gracias, repliqué. Le dejé una propina y me fui presto a la reunión.

Desde la oficina podía observar, a través de los oscuros y gruesos vidrios, el escenario completo. En la mesa del centro estaban los mellizos, cada uno con una cerveza y un cenicero desbordado de colillas. A un lado de la mesa se encontraban las pistolas, en un claro acto de advertencia ocular. ¿Qué te parece el Club? preguntó uno de ellos (siempre tenía problemas en saber cuál era cuál). Está bien, muy bien, les dije. Vamos al grano, escuché de pronto. Te dijimos que vinieras porque sabemos que andas en el asunto del man que mataron, y porque fuiste al Bruca Manigua para hablar con Carabalí. Mira, Cepeda, eso ni a ti ni a nadie le conviene seguir averiguando. Lo que pasó pasó y mala suerte que así haya ocurrido, pero no fue ni la primera ni la última vez. A este negocio viene gente de toda clase social, hombres y mujeres, civiles y militares. Estamos en la recta y vamos a mantenernos así, no queremos escándalos de ningún tipo. ¿Está claro? Oye tú, dijo el otro mellizo a uno de los empleados, tráenos dos Heineckens más y otro whisky para el detective, que sea doble. Siéntate Cepeda y disfruta de la voz de esa mujer, que algo así aparece sólo cada cien años.

Mientras llegaban las bebidas, Patricia González terminaba la primera parte de su show. Para el intermedio habían contratado a un tal Eddie Chiang que tocaba bastante bien la guitarra y tenía buena garganta para los pasillos. Habían dado un poco de luz a los rincones y la gente estaba animada. En una parte cercana a la barra, junto a la puerta, se hallaba un grupo que, sin lugar a dudas, estaba encargado evitar cualquier alboroto. ¿Estás viendo a los muchachos de la entrada verdad? Eres sapo cholito Cepeda, son de la gallada del Francés. Estaban sin trabajo y, para que no anden dando bala en la calle o asaltando bancos en los pueblos, los contratamos justo después del accidente con el marino. Yo, aprovechando el tema del marino, les pregunté ¿y cómo mismo fue que pasó? Ellos se miraron, se rieron burlonamente y continuaron bebiendo mientras la segunda parte del show empezaba.

No es como la gente cree que pasó, empezó a hablar uno de los mellizos. No es que ocurrió por pura borrachera, había una historia de cachos de por medio. Eso es lo que salió a la luz con el paso de los días. Parece que la cosa estaba planificada y, lastimosamente este fue el lugar en donde se concretó. La versión vino de los mismos agentes que se apersonaron a hacer las investigaciones. Cuando supieron que era un marino el que había disparado se quedaron callados, como atando cabos. A eso de las dos semanas se aparecieron nuevamente, medio borrachos, a pedir trago gratis. Bastó una segunda servida y solitos se abrieron como libro viejo. Empezaron a contar con lujo de detalles quién era el tipo, en dónde vivía, lo que había ocurrido con su mujer. Se emplutaron hasta las cachas y se fueron arrastrando hasta que el portero los metió en un taxi. ¿Y la gente del barrio esa noche? les pregunté indiscretamente. La gente del barrio, dijo el otro mellizo en franco contrapunteo con su hermano, la gente del barrio como la gaver, estaba borracha, como todo el mundo. Es mentira lo que dice Carabalí, lo de que fue al baño, y cuando salió el otro estaba tirado en el piso sangrando. Cuando le dieron el tiro, Carabalí estaba dormidísimo sobre la mesa, ruco, hecho una piedra, recontra pluto, con la cabeza encima de los brazos. El disparo y el griterío apenas sirvieron para despertarlo. Eso también te lo puede decir el portero, que fue el que lo sacó cuando ya la gente había pegado la carrera.

Obviamente, las versiones no coincidían. Y, obviamente, el alcohol, una vez más, iba a dificultar encontrar la verdad de todo este problema. Yo no vine a averiguar nada, les dije, solamente me preocupa que vaya a haber más problemas. A mí nadie me ha contratado para resolver este asunto, sólo quería cerciorarme de que la información que me dieron era la correcta y tratar de que nadie más del barrio se meta en este asunto. Queríamos saber qué pito tú tocabas en todo el rollo, dijeron. Ahora ninguno, les contesté un tanto molesto. Ahora sólo quiero disfrutar un poco de la música y el whisky. Eso está mejor cholo Cepeda, ahí hablaste bacán. Oye tú, le volvieron a decir al empleado ¿qué fue esas dos cervezas y el whiscacho para el detective?

Abajo, en la pista, Patricia González remataba su presentación con: tú eres mi amor, mi dicha y mi tesoro/ mi sólo encanto, y mi ilusión/ ven a calmar mis males, mujer/no seas tan inconstante. La gente aplaudía y ella se despedía. Los mellizos, ahora propietarios de la Cofradía del Bolero, estaban entusiasmados, bebiendo, contando chistes. Mientras tanto, el empleado se afanaba en limpiar la mesa y cambiar los ceniceros. Uno de ellos, con el arma en la mano y un tic nervioso que le hacía temblar las piernas, lanzaba humo por un lado de la boca y decía no sé exactamente a qué hora voy a usar esta pistolita, sería injusto no hacerlo.

En la mitad de la pista, una vez retirada la cantante, aparecía el maestro de ceremonias que anunciaba la continuación de la fiesta. Contaba chistes e invitaba a bailar a los asistentes. Acto seguido, la luz roja desaparecía y el fondo empezaba a iluminarse de dorado y verde, dando forma al escenario, que era una inmensa concha abierta, en la cual se encontraban los músicos listos para tocar. El maestro de ceremonias, esta vez con un sombrero de copa y una corbatita de lazo, reaparecía micrófono en mano y anunciaba Damas y Caballeros, el Club Nocturno la Cofradía del Bolero tiene el agrado de presentarles a la Gran Sonora de Joe Mayorga, el orgullo de Guayaquil. Y desde ya los invita a su próximo Gran Festival de la Rockola y la Guaracha, con la participacion del magnífico, el rey, el mago del piano Alci Acosta, alternando con el sucesor de Héctor Lavoe, el gran Van Lester, traído directamente desde el Bronx, allá, en nuestra segunda patria y verdadera capital de todos los ecuatorianos: Nueva York. Todo con el auspicio de IMEDA, Ron Gallito Cantor, Casa de Modas Angelita Forever y la prestigiosa Empresa Disquera Kukuku. Ahora, venga esa música. Y empezaban a sonar los metales, el timbal y la voz que decía: años, meses, días, luces, gente de calor/ enredado en cuerpos bellos, pero sin amor/ y ahora que al fin está en el aroma de tu piel. Baila ahora Cepeda, baila ahora porque en el cielo estos ritmos no los toca San Pedro, decía uno de los mellizos, mientras el otro le seguía el dúo y se carcajeaban. La orquesta sonaba fuerte. En la pista, las parejas frenéticas seguían el ritmo, la amorosa, triste y rápida canción, desesperado, asustado/ lo busco, pero el amor/ desesperado, asustado/ se me escapa otra vez.